El descubrimiento, por parte de arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), de una veintena de entierros humanos consagrados a un templo-pirámide de la Zona Arqueológica de Moral-Reforma permite considerar que esta construcción estuvo vinculada con la muerte o con una deidad del inframundo maya, debido a las señales de decapitación en algunos de los cráneos.
El hallazgo de los enterramientos, correspondientes a un par de contextos funerarios de distinta temporalidad, derivan de las acciones realizadas por el proyecto Arqueológico Moral-Reforma, en el marco del Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas (Promeza), a cargo de la Secretaría de Cultura federal, mediante el cual se pone al día la infraestructura de este tipo de sitios cercanos a la ruta del Tren Maya.
El coordinador de esta iniciativa de investigación y conservación, Francisco Apolinar Cuevas Reyes, explica que entre enero y marzo del año en curso se realizaron trabajos de excavación y consolidación en el templo-pirámide, denominado Estructura 18, el cual se ubica en la plaza oriente de la antigua ciudad, y consiste en un basamento de cuerpos escalonados, delimitados por muros con ligeros taludes, coronado por un edificio de una crujía y provisto de una escalinata adosada en la fachada sur.
Los dos agrupamientos de entierros se registraron al explorar a 12 metros al sur de dicha escalinata y corresponden a los dos momentos de construcción de la edificación: de manera preliminar, se considera que el primero corresponde al periodo Clásico Tardío (600-900 d.C.), cuando Moral-Reforma, localizado en la ribera del río San Pedro Mártir, se consolidó como enclave en el control de la navegación, intercambio cultural y de mercancías entre los pueblos mayas del Petén guatemalteco y los asentados en la costa del Golfo de México.
En tanto, es posible que el segundo grupo de enterramientos, registrado debajo del primero, tenga dos milenios de antigüedad, pues sus características, que incluyen la disposición, a modo de ofrenda, de 567 piezas, como cuentas de concha y jade que debieron conformar sartales, anillos de concha, puntas de proyectil, vasijas, caracoles perforados y agujas de hueso, lo vinculan al Preclásico Tardío (300 a.C.-250 d.C.).
Independientemente de su temporalidad, el investigador del Centro INAH Tabasco destaca que los cráneos recuperados en ambos conjuntos mortuorios son en su mayoría de adultos jóvenes masculinos y muestran deformación tabular oblicua, “rasgo físico que se obtenía de manera intencional, mediante el entablillado de la cabeza a temprana edad, porque elevaba el estatus de los individuos en la sociedad maya precolombina. Asimismo, en dos individuos del Clásico Tardío se observa modificación dentaria mediante limado e incrustaciones de jade en las piezas frontales”.
La hipótesis de la vinculación de la Estructura 18 con la muerte o alguna deidad del inframundo maya se desprende de las particularidades de los enterramientos: los restos óseos del grupo del Clásico Tardío aparecieron entre los 35 y 57 centímetros de profundidad respecto de la superficie. En total se recuperaron 13 entierros consistentes en cráneos humanos masculinos, fragmentos de mandíbulas y también huesos de las extremidades inferiores y superiores.
“De ese número de entierros (13) se contabilizaron ocho individuos que debieron ser decapitados y partes de sus cuerpos desmembradas y colocadas separadas, para consagrar el templo”, precisa Cuevas Reyes.
Por el contrario, los siete entierros individuales y múltiples del grupo del Preclásico Tardío, detectados entre los 60 y 87 centímetros de profundidad, corresponden a las osamentas de, al menos, 12 individuos. Algunos fueron dispuestos en posición sedente y lateral derecha, al momento de morir, y otros fueron llevados al lugar después de una primera inhumación (entierros secundarios), de ahí que varios esqueletos no presentaban relación anatómica.