El recorrido tuvo un significado especial, al conmemorar el onceavo aniversario luctuoso de José Emilio Pacheco (1939- 2014). De la Sierra subrayó el legado del autor: “La gran virtud de José Emilio Pacheco es que su obra sigue siendo vigente. Las batallas en el desierto no es solo un testimonio de una época, sino una reflexión universal sobre los seres humanos: sus pasiones, sus tribulaciones y sus desafíos».
El grupo transitó por las calles y plazas que evocan los escenarios de la novela, espacios que resuenan en la memoria narrada por un Carlos adulto, que rememora su niñez. El punto de encuentro y primer sitio de remembranza fue la Plaza Río de Janeiro, donde se evocaron las primeras reflexiones sobre el papel de la colonia Roma como escenario de la obra.
La segunda estación, en la esquina de las calles Orizaba y Tabasco, marcó un momento significativo: un lugar cargado de emociones porque, según la novela, aquí vivía Mariana, el amor imposible de Carlos.
Más adelante, en la avenida Álvaro Obregón, cuyo bullicio contemporáneo contrasta con la nostalgia de la obra, De la Sierra recordó: “La Roma que tenemos frente a nosotros no es la misma que describe Pacheco. La ciudad cambia, pero hay algo que permanece: el estado mental que la literatura nos evoca».
En la calle Zacatecas, donde vivía el joven Carlos según la novela, las y los asistentes quienes hicieron una reflexión sobre la memoria y la construcción ficcional de la ciudad. La visita concluyó en la Plaza Ajusco –hoy Luis Cabrera–, donde se leyeron fragmentos clave de la obra y se cerró con un análisis sobre el carácter incierto de los recuerdos en la novela.
“La Roma de Las batallas en el desierto no existe como tal, es una construcción ficcional. Pero como ocurre con Comala, de Juan Rulfo; Macondo, de Gabriel García Márquez, o Yoknapatawpha, de William Faulkner, este es un lugar que habita en la mente de los lectores. Las calles y plazas son un telón de fondo para explorar las contradicciones humanas, los dilemas morales y los procesos de transformación”, explicó el guía.
El grupo reflexionó sobre el carácter iniciático de la obra y la fragilidad de la memoria: “Cuando reconstruimos el pasado, lo hacemos a partir de fragmentos. No sabemos si lo que recordamos es real o una ficción que hemos creado para darle sentido a nuestra historia. En Las batallas en el desierto, esta incertidumbre se hace evidente: ¿existió Mariana realmente? ¿Fue todo una ilusión de Carlos?”, cuestionó De la Sierra, provocando sonrisas y silencios pensativos entre los asistentes.
La caminata terminó con una reflexión final en la Plaza Ajusco, después de más de una hora de literatura y emociones en movimiento. “No es solo un paseo por las calles de la Roma. Es un viaje al interior de nuestras propias memorias y emociones, un recordatorio de que la literatura nos acompaña a entender quiénes somos”, comentó uno de los asistentes.
El recorrido, no solo se visitaron espacios físicos; se evocaron las emociones, inquietudes y recuerdos que José Emilio Pacheco plasmó en su obra. De la Sierra cerró la experiencia con una invitación a releer Las batallas en el desierto: “Cada lectura es diferente porque, como nosotros, las obras literarias cambian con el tiempo. Volver a Pacheco es volver a nosotros mismos».
La Roma, entre lo real y lo ficcional, sigue siendo ese tubo de ensayo donde la memoria, la literatura y la ciudad se encuentran, se destruyen y se reconstruyen, como en la vida misma.